En la cocina preparamos los alimentos que nos dan la energía y los nutrientes que necesitamos para vivir. Pero también “cocinamos” otras cosas que no son comestibles pero son igualmente vitales para sentirnos bien.
Porque cuando cocinamos y comemos juntos, además de nutrir nuestro organismo, “nutrimos” nuestras emociones y nuestros vínculos.
Entonces, además de la comida, compartimos:
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Sensaciones
Ese aroma del cafecito a la mañana, el pan tostándose, el crujir de la cebolla que se rehoga, el olorcito a la salsa de la pasta dominguera o el humito de la parrilla… ¿No nos despiertan muchas más sensaciones además del sentido del olfato o del oído?
La cocina puede ser nuestro propio «laboratorio de sensaciones». Podemos mezclar ingredientes, despertar sentidos, experimentar con sabores y texturas, incluir nuevos aromas. ¡Y mucho más cuando hay chicos! Los investigadores han demostrado que la comida en familia se asocia con dietas más saludables y que genera un ámbito favorable para animarse a probar nuevos alimentos y nuevos sabores.
¿Y si hacemos de la cocina un lugar que despierte sensaciones?
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Momentos
Desde el principio de los tiempos, sentarse a la mesa a comer ha sido un motivo de interacción familiar. «Aprendemos a comer igual que aprendemos a hablar» afirma la antropóloga especialista en alimentación, Patricia Aguirre. Ella explica que en la mesa compartida «se cocinan relaciones de todo tipo» y que eso, «la dinámica de la mesa es maravillosa y no hay que perderla».
Allí, alrededor de la mesa, podemos generar hermosos momentos que nos hagan bien a todos. ¡Y es ideal para enseñar y compartir con los más chicos/as! Las recomendaciones sugieren, en la medida de lo posible, involucrarlos/as en la elección, la compra y la preparación de los alimentos. Podemos hacer de esos momentos un tiempo que los convierta en protagonistas y, así, se los invita a tomar un rol más activo en su alimentación y del cuidado de sí mismos.
¿Y si hacemos de la cocina un lugar para crear momentos inolvidables?
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Tradiciones
Hacer una larga sobremesa, reordar una fecha significativa, reunirnos un día en particular de la semana…¿tenemos alguna costumbre que nos gustaría pasarle a la siguiente generación?
Compartir la comida fortalece nuestra identidad y los vínculos familiares, a través de la transmisión de una serie de conductas y valores. Las comidas compartidas también son momentos para cultivar y fortalecer los lazos entre las personas.
¿Y si hacemos de la cocina un lugar para mantener y transmitir tradiciones?
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Recuerdos
Pensemos en los recuerdos de nuestra infancia. ¿Había una mesa grande? ¿Había algún plato casero que hacían en casa o en la casa de la abuela? ¿Sentíamos ese olorcito tan particular? Hoy tenemos la oportunidad de revivir esos recuerdos y de generar nuevos.
Podemos crear una nueva receta, armar un plan que nos reúna alrededor de la mesa y revalorizar esos momentos como una oportunidad para el reencuentro.
¿Y si hacemos de la cocina un lugar para recordar?
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Buenas noticias
La cocina y la mesa compartidas también nos permiten conectarnos con los demás, hablar de lo que nos pasa y escucharnos. Para eso, tenemos que desconectarnos de las pantallas como televisión, tablet o celular.
Tratemos de evitar mirar las noticias mientras comemos y, en su lugar, charlar entre nosotros para expresar nuestras emociones y empatizar con los demás.
¿Y si hacemos de la cocina un lugar para compartir buenas noticias?
Muchas veces sentimos que nos gana la rutina o que cocinar todos los días se vuelve una carga u obligación. ¿Pero qué tal si tratamos de cambiar la perspectiva?
Podemos empezar un día. Con un solo plato.
¿Volvemos a la cocina como nuestro lugar, en el que podamos despertar sensaciones, crear momentos, transmitir tradiciones, generar recuerdos y compartir buenas noticias?